Casi todos los días me toca pasar por la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Desde la calle que cruza al bulevar de Sabana Grande, hasta la puerta principal de la segunda sede de dicho cuerpo represivo en Caracas, hay dos cosas que repaso de forma rutinaria.

La primera es recorrer su estructura con un dejo de admiración y pena porque tan moderno capital arquitectónico, sea desperdiciado en un centro de tortura de la disidencia venezolana. Cuando está empezando a oscurecer se notan las oficinas ocupadas, siempre son dos en los últimos pisos. El resultado logra el mismo cometido: Ratificar la idea de que la sede del SEBIN, por lo menos las dos de Caracas, deben convertirse en el futuro en un monumento de la memoria y la tortura.

La segunda siempre me provoca un cosquilleo en los tobillos, es pensar que debajo de ellos y de los mosaicos maltrechos que cubren la ruta Plaza Venezuela- Sabana Grande, existe la cárcel subterránea que alberga y aún retiene a una parte de mi generación.

Pensar en horrores arquitectónicos como “La Tumba”, imaginando sus ínfimas dimensiones de dos de ancho por tres de largo, las luces que nunca se apagan y los nombres de algunos que ahí se encuentran aún o de quienes sobrevivieron a pesar de ella, me resulta un micro acto de recuerdo y reparación que, aunque interno, poderoso para resistir al presente y empeñarnos en el futuro.

En perspectiva la propia ubicación de la segunda sede del SEBIN en Caracas es, por si sola, disruptiva y amenazante para con el futuro. Por azar o por planificación desde el poder, el edificio de Plaza Venezuela nace como sede de inteligencia gobiernera a partir de una expropiación en el 2009 a la Universidad Central de Venezuela. Lo que hoy sirve como centro de reclusión opositora seria originalmente sótanos para el Metro de Caracas a propósito de la nueva línea cuatro del sistema.

La instalación del cuerpo oficial en tal lugar invocaba su naturaleza, sin embargo lo ilustrativo es su ubicación a tan solo pocos metros de la Universidad Central. El punto más cercano a ella es precisamente el sitio donde iniciaron las marchas más simbólicas del Movimiento Estudiantil, donde inició la intervención de Caldera en 1969 y desde donde se juró nunca más asesinar a un estudiante (hoy promesa por demás incumplida).

¿Cuántas historias de gas y represión tendrá para contar la puerta Tamanaco de la UCV? Si se recorre con la imaginación la ruta que va desde el comedor universitario, pasando las antiguas residencias estudiantiles, atravesando el arco imponente diseñado por Villanueva, caminando al lado del Jardín Botánico, atravesando el puesto del recién fallecido librero para seguir hasta la Plaza Venezuela; se siente que se transita una ruta de resistencia y represión emblemática para la civilidad caraqueña.

Tras el ascenso al poder de una Junta Militar de Gobierno, luego del golpe de Estado a Rómulo Gallegos, dicho cuerpo quedo presidido por Carlos Delgado Chalbaud: Ingeniero de carrera, militar asimilado y víctima del único magnicidio conocido en Venezuela.

Durante los cuarenta y seis meses de gestión que ejecutó, uno de los objetivos de Delgado fue el desarrollo urbano de Caracas y otras ciudades del interior. En este sentido, fiel a la naturaleza de su profesión, el hijo de Román Delgado Chalbaud buscaría hacer tangible el ideal de la unión cívico-militar.

En este plan destacan dos proyectos claves pensados a partir de 1950: el “Centro Cívico” de Caracas, que se basaba en una reagrupación de los entes públicos para una localización más propia y funcional, y el segundo era la construcción del paseo en Los Próceres, realmente llamada avenida Los Ilustres.

En las propias palabras de Delgado lo que aspira era “una avenida que una a la Universidad Central con la Academia Militar, esa unión es imprescindible porque en Venezuela la dicotomía ha sido siempre que el régimen militar está totalmente separado, y hay que buscar la manera de unirlo y la única manera de unirlo físicamente es por una avenida”.

El análisis sobre la pertinencia de tal alianza es cosa de otro texto, sin embargo, la ruta propuesta y lograda por Delgado –a pesar de su abrupto final- es diametralmente distinto a la historia que se recorre desde al otro lado de la Ciudad Universitaria de Caracas.

La ruta de Los Ilustres, aunque muy inspiradas por las ideas Europeas, surge como una visión de modernización y conciliación entre sectores de naturaleza distinta, pero que aspiraban a la generación y estabilidad de la Republica.

En términos llanos, el resentimiento se puede definir como un estado emocional de tristeza, dolor, ofensa, impotencia o lástima que nos coloca en una posición de vulnerabilidad. Si bien se asume tal cosa como negativo, ello no lo es puramente, ya que el resentimiento funge como un recurso básico para la memoria y el no olvido.

En un futuro próximo debemos re-sentir con intensidad lo que hoy vivimos como país, lo que nos condujo al empobrecimiento y la naturalización la barbarie. Será pues un primer paso para reparar simbólicamente a las víctimas del Socialismo del Siglo XXI y aun mas, a decir nunca más; función esencial de la memoria histórica.

Ello indudablemente exige mucha valentía, pues significa re-sentir el dolor de ahogarse entre el humo de una bomba lacrimógena o re-sentir el escalofrío que genera caminar sobre una cárcel de tortura subterránea, pero sólo co-habitando con ello, podremos evitar la re-caída de futuras generaciones en la seducción de un populismo autoritario.

Desde el día en que se descubren las historias del camino por el que se anda, nunca se ha vuelto caminar igual. La ruta de Los Ilustres resulta amena y gloriosa para cualquiera, no será ese el caso para las calles donde se desnudaron estudiantes, se reprimieron ciudadanos y se torturó a la juventud.

Pero, ¿reivindicaremos con gallardía a las víctimas del presente o volveremos a derrumbar prisiones y lanzar grillos al agua para la repitencia del futuro?

Imagen: Presos Políticos