Mucho se ha hablado de la destrucción casi total de la industria venezolana en los últimos veinte años. Quienes tocan el tema suelen hacer diagnósticos pesimistas y aducen que la recuperación económica del país podría tardar años debido a las condiciones en las que se encuentra la infraestructura, tecnología y recursos de nuestra industria.

Por un lado, es innegable la destrucción del aparato productivo nacional, tanto en las empresas estatales como en las privadas. Son múltiples los factores que intervienen, y en este texto no pretendo hacer consideraciones puramente económicas, pues no es mi área de experticia, pero sí se pueden enumerar algunas realidades que han generado el colapso de la producción nacional en las empresas públicas: la inexistencia de planes de mantenimiento de la maquinaria y la tecnología, la desprofesionalización de las gerencias de planta y sus procesos asociados, el incumplimiento de planes de expansión y aumento de la producción, las pésimas condiciones de vida de los trabajadores, y sin duda el desvío de fondos públicos dentro de un esquema de corrupción que lo arropa todo, son algunos de los aspectos a los que está sometida la manufactura venezolana en manos del Estado.

En el caso del sector privado, la asignación discrecional de divisas (o la no-asignación de divisas, en la mayoría de los casos), el control de precios, la legislación en materia laboral y tributaria, los periódicos y nada estratégicos aumentos salariales, la dificultad para acceder a materias primas y la amenaza, persecución y chantaje contra los productores son algunos de los más relevantes ejemplos de causas que han generado el cierre de miles de empresas en los últimos años, y la reducción paulatina de la producción de las que van quedando.

Muchas de estas condiciones, cabe acotar, no son sentencias inexorables a las que estaremos sometidos por la eternidad; son más bien políticas de la élite gobernante con la firme intención de destruir la industria. Pero nuestra industria, con un cambio de gobierno que permita que se tomen decisiones acertadas en este sentido, tiene la capacidad de retomar el rol estratégico que debe tener para Venezuela, y en poco tiempo ponerse al nivel de otros países que hoy pareciera que nos llevaran años luz.

Viendo únicamente algunas empresas estatales, en términos de capacidad instalada se evidencia de nuevo la “eficacia destructiva” que ha tenido el chavismo, pero al mismo tiempo, el potencial que tenemos para ponernos nuevamente de pie. En promedio, con una gestión adecuada que aproveche la capacidad instalada (luego, claro está, de los mantenimientos correctivos y preventivos que han hecho falta durante años) podríamos estar hablando de que Pequiven, Bauxilum, SIDOR y Alcasa producirían hasta 20 veces más de lo que hoy producen. Casos como Venalum y Ferrominera podrían producir, solo con la capacidad instalada actual, 3.2 veces más de lo que producen hoy.

Estos números nos reflejan dos realidades: Una, pavorosa, que demuestra el nivel de desidia al que está sometida hoy la industria (y el país en general), y otra, optimista, de que aún con esa desidia, y sólo contando con reparaciones y mantenimiento, sin tocar la actualización ni la adquisición de nuevas tecnologías, la industria básica, por dar un ejemplo, podría multiplicar varias veces su producción y su aporte a la economía nacional. Asimismo, la industria privada, que ha visto caer 35% su producción en los últimos 17 años, con garantías para sus derechos económicos, podría comenzar a elevar poco a poco esos niveles, generando nuevos empleos, satisfaciendo la demanda de productos y contribuyendo al aumento del PIB nacional.

Imagen: Bombas MB