“Cuando recibí a Freddy Guevara en la embajada (diputado opositor a Nicolás Maduro) vino a reclamarme gente del canciller Jorge Arreaza. Me dijeron ‘mire, nosotros lo respetamos porque usted es ex ministro de Allende, pero no entendemos cómo usted está recibiendo gente que está en contra de un gobierno de izquierda’. Le dije dos cosas: la primera es que, por favor, no se compararan con el gobierno del presidente Allende, porque nosotros en tres años no tuvimos un solo preso político y aquí hay cientos y, lo segundo, es que cuando vino el golpe de Estado, a los que fuimos ministros, senadores y diputados de la UP nos investigaron de arriba abajo para ver si nos habíamos robado un solo peso. Y nunca hubo un solo juicio. Para qué vamos a hablar de los niveles de corrupción”.

Hace casi exactos cuatro años, Pedro Felipe Ramírez (76 años) embalaba sus cosas y partía a Caracas como embajador. Su ahora expartido, la Izquierda Ciudadana, lo puso en la lista de candidatos y Bachelet se inclinó por él. Todo un simbolismo para el exministro de Allende: Venezuela era el país que lo acogió como su segunda casa tras una larga prisión política en Tres Álamos, Isla Dawson y Ritoque. Esta vez, sin embargo, sabía que llegaba a una Venezuela distinta, con una profunda fractura social y política y con el recuerdo aún presente de Hugo Chávez, el conductor de la revolución bolivariana al cual Ramírez admiraba y defendía a pesar de todo. “Me decían que era muy chavista y me lo decían con razón”, dice.

Antes de partir, a Ramírez le preguntaron si creía que el gobierno de Nicolás Maduro violaba los derechos humanos. “No me consta”, respondió corto y seco, como respondería un disciplinado militante de la izquierda haciendo caso a una máxima que dice que la defensa de la revolución se hace en público y la crítica se hace en privado.

Cuatro años después, el hombre -y el militante de izquierda- que se fue no es el mismo que regresó a Santiago.

Pedro Felipe Ramírez está de vuelta en su departamento en calle Merced. Dice que no volvió para dar consejos, que él entrega información a todo el que se la pide y que buena parte de los dirigentes de la izquierda que han llegado a su casa con una posición a favor de Maduro y de su gobierno se van con una impresión distinta. Y es que el exembajador regresó lleno de momentos felices, pero también llegó con un convencimiento que comprobó en primera persona: la situación humanitaria, especialmente de niños y enfermos, es dramática. Peor aún, la corrupción del gobierno de Maduro está desatada y es a todo nivel.

Hoy, a Pedro Felipe Ramírez Ceballos sí le consta: Venezuela es una dictadura.

¿Cuál era la percepción de Venezuela que usted tenía antes de llegar como embajador a Caracas?

Era muy chavista, no porque Chávez no hubiera cometido errores; a mi juicio, el proyecto social tenía una intención de llevar a la gente que estaba invisibilizada a una mejor situación de vida, a ser protagonistas de su país, y eso me parecía loable y estaba apoyando ese proceso. Sin duda que se cometieron errores. Primero, se tomaron decisiones económicas equivocadas y, en segundo lugar, hubo algunas decisiones autoritarias que no lo ameritaban, pero eso no invalidaba mi apoyo al proceso revolucionario chavista, que mantuvo su espíritu hasta la muerte de Chávez. Hubo avances notables. Desde luego, la Constitución es un documento notable, se hizo a través de una Asamblea Constituyente participativa, fue un proceso interesantísimo. Basta que lea una sola página, el preámbulo, y verá que es una maravilla. Muchos programas sociales importantes también son parte del proceso, pero lo clave es que a la masa pobre se le entregó protagonismo, que sean personas, que tengan posibilidades de acceder a los beneficios que da su patria. Esperaba que Maduro continuara eso.

Y después de cuatro años en Caracas y de ver en primera persona la gestión de Maduro, ¿se sigue considerando chavista?

Pero no madurista, y no soy el único. Hoy, en Venezuela no sé si hay más maduristas o chavistas. Muchos chavistas han roto las relaciones políticas con Maduro, incluso algunos de ellos están encarcelados, no sé si hay más chavistas contra Maduro que maduristas. No soy una excepción.

¿Se desencantó del proceso?

Del chavismo no, del proceso tampoco, me desencanté del gobierno de Maduro, que no siguió la vocación popular y democrática de Chávez. Estoy seguro de que si Chávez resucitara y viera lo que está pasando en Venezuela, seguiría los mismos pasos de los chavistas que hoy están encarcelados.

¿Qué vio que lo convenció de ponerse en la oposición a Maduro?

Lo que más me duele de todo es la existencia de una crisis humanitaria muy seria frente a la indolencia del gobierno. Chávez no podría soportar ver esta situación y no hacer todo lo necesario para resolverlo. Eso me parece inaceptable. Muchas otras críticas también tengo, pero la indolencia ante esta situación es lejos lo peor.

Usted, que pudo vivir el día a día en Caracas, en primera persona, ¿la crisis es como dicen que es?

Tal vez es peor. Como yo la vi, la sentí, tengo una percepción que me afecta mucho en mi interior. De lejos, la noticia debe ser terrible, pero yo tuve muchos contactos con gente que trabaja estos temas. Por ejemplo, hay una organización que trabaja dos situaciones, niños con desnutrición aguda y enfermos crónicos que no tienen dinero suficiente para poder atenderse. Gente que tiene hipertensión, que se hace diálisis, con VIH, con cáncer. Cuando me reunía con ellos tenía que hacer un esfuerzo enorme para no llorar, incluso ahora me cuesta… (se emociona unos segundos). Cuando te cuentan que hay niños que mueren por desnutrición o están afectados de manera irreversible en su desarrollo, y no sólo ellos, sino también los hijos y nietos de ellos, porque ese déficit lo van a traspasar a las generaciones. Son niños que parece que han salido de un campo de concentración nazi. Un enfermo crónico que me decía ‘estamos trasplantados de riñón y sabemos que en seis meses más estamos muertos, porque no tenemos los remedios’. Sume la migración, que es brutal, una fuga masiva. Nos hemos beneficiado, porque está llegando gente con alto nivel educativo, profesionales buenísimos. Y ahora está saliendo un montón de gente sin recursos. Antes, los venezolanos llegaban a Chile en avión; ahora llegan por tierra y son siete o nueve días de viaje. Y agréguele la inseguridad, una cosa de todos los días. No me tocó porque voy en un auto con patente diplomática y hace dos años que estoy resguardado por cuatro funcionarios de la PDI. El gobierno, al darse cuenta de la situación que teníamos, envió un equipo. Pero esa es mi situación, la mayoría de la gente vive una delincuencia muy violenta. En Chile te roban un auto y te dejan partir, allá te roban el auto y también te matan.

¿Venezuela es una dictadura?

Tiene mucho de una dictadura, especialmente a partir del momento en el que se desconoció la Asamblea Nacional.

En ese momento, para usted, se rompe el orden democrático…

Sí, hay un antes y un después. Y cuando se impone la Asamblea Nacional Constituyente, se le pone la lápida…

Y pasó a ser una dictadura.

Sí, mi visión cambió: Venezuela hoy es una dictadura. No es una dictadura de la crueldad ni la fuerza de la que tuvimos acá. Cuando la gente compara hay que decir que no es lo mismo; en Chile hubo campos de concentración, asesinatos, desaparecidos, hay que leer el libro de Carmen Frei sobre su padre para entender lo cruel que fue la dictadura. Tiene muchas cosas de una dictadura, pero no es igual a la nuestra.

¿La elección del 20 de mayo es un fraude?

No me cabe ninguna duda de que es un fraude. Sigo insistiendo en que no estoy seguro de que ocurra.

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El exembajador frecuentaba en Caracas un restaurante en el que pedía siempre el mismo plato: Lomito a la piedra. “Le traen dos pedazos de carne cruda y una piedra incandescente y uno va cocinando en la mesa su propio plato con unas salsas exquisitas. Esa carne debe ser medio kilo y cuesta $ 2 mil chilenos”. Si en 2014 había que esperar 40 minutos por una mesa, hoy, menos del 10% de los sitios están ocupados. Si antes el problema era de desabastecimiento, hoy el problema es el precio.

En el supermercado a veces faltan productos que son repuestos en días. Ramírez podía llenar un carro para echar a andar la residencia de la embajada, pero confiesa haberse sentido muy observado por los demás clientes, que en sus cestas llevaban lo justo.

Una de las cosas que mejor funciona, asegura, es el mercado negro, porque si uno tiene dólares en Venezuela puede comprar casi cualquier cosa. Pero esa es una minoría, porque todo el resto tiene que vivir con $ 60 mil, un cuarto del sueldo mínimo chileno.

¿Todo sigue funcionando más o menos igual?

La mayoría sigue sobreviviendo, piensan que esta situación va a pasar, se va a arreglar y va a volver a ser como antes. Y tienen razón. En los centros comerciales la mayoría de las tiendas están vacías, hay más vendedoras que clientes. Claro que hay algunos que han cerrado, pero mucho menos de los que deberían. Uno ve locales vacíos, que no venden, y uno se pregunta por qué no cierran. Sobreviven.

Con todo lo que observó, ¿cree usted que la izquierda chilena debiera adoptar una posición más activa sobre Venezuela? ¿O replantearse, definitivamente, su posición respecto de Maduro o el chavismo?

Yo no le voy a dar consejos a nadie, el que quiera pedirme información de cómo yo lo veo, estoy disponible para ello. Algunos me lo han pedido, yo se los he dado, y en todos he visto un cambio de actitud, porque saben que lo que yo digo es lo que veo y lo que estimo y creo, porque no tengo ningún interés particular, salvo hacerle bien a Venezuela y a la región.

¿Lo llamaban de la Nueva Mayoría para conversar la situación de Venezuela?

El que más me llamaba era mi compañero Sergio Aguiló, también conversé con el PC y Guillermo Teillier. Yo les informaba de la situación, pero el juicio lo hacen ellos.

¿Y con Bachelet?

No directamente, pero sé que estaba muy de acuerdo con lo que hacíamos.

Lagos y Piñera también visitaron Caracas. ¿Fue difícil congeniar esas agendas con el gobierno de Maduro?

No me complicaba. En el caso de Lagos, el único contacto que tuve es que me llamó y me pidió que le mandara un informe, y aproveché que justo estaba haciendo un informe para muchos amigos. Después comentó que era un informe objetivo y serio y me agradeció. Y en el caso del Presidente Piñera, él fue en dos oportunidades. La primera vez fue por un paso para ir a unos países del Caribe para llevar la postura de Chile en La Haya, y la segunda vez volvió a Caracas invitado por la oposición para reunirse con Leopoldo López. Lo fui a buscar y a dejar al aeropuerto, y le pedí al gobierno que atendiera la seguridad de él, cosa que ocurrió.

¿Conversó con Piñera?

Conversé con él varias veces, sobre todo cuando estábamos en el salón VIP esperando las maletas o que subiera al avión. Siempre estaba acompañado de Cecilia Pérez. Ahí descubrí que ella es simpática, no es lo que se ve por televisión, que se ve una persona más dura, agresiva, pero es muy simpática.

¿Regresará a la militancia activa?

Podría ser. Tengo cercanía con el grupo de la Izquierda Socialista de Fernando Atria y tengo simpatía por algunos grupos del Frente Amplio, en particular por RD y el Movimiento Autonomista. También tengo admiración por Cristián Cuevas. Son gente muy interesante. He conversado bastante con el presidente de RD, Rodrigo Echecopar, sobre Venezuela, y he tenido contactos con Gabriel Boric, soy bastante amigo, tengo gran respeto por él. Cuando era presidente de la Fech estuvo en mi casa varias veces.

¿Cuál es el mejor recuerdo de Caracas?

Las 16 despedidas que tuve y el cariño de la gente, su alegría de vivir la vida.

¿Y el peor?

Fui a una farmacia a buscar un medicamento y había mucha gente. De repente sale el químico y dice ‘señores, para ahorrar problemas, quiero decirles que antibiótico para niños no hay nada’. Y sale una mujer gritando y dice ‘¡qué voy a hacer! ¡Se me muere mi hijo!’. Yo lloré… (llora unos segundos), fue muy duro.

Fuente: La Tercera