Estemos de acuerdo en algo: la homosexualidad existe desde que el mundo es mundo, y la heterosexualidad parece más un patrón repetitivo que una “norma natural”. Aun cuando para algunos esta aseveración podría sonar redundante y pecadora de obviedad en 2018, no es menos cierto que para el negacionista de esta época la homosexualidad y, en general, todas las expresiones de identidad y sexualidad distintas a la cishetero, son un invento del modernismo y el decadente Occidente.

Por si hay dudas, la ciencia e historiadores tienen pruebas documentadas de la homosexualidad incluso desde el período Paleolítico. Por ejemplo, en Francia podemos encontrar la cueva de La Marche y la cueva de Laussel, donde se representa gráficamente un coito entre dos hombres y a una mujer practicándole cunnilingus a otra, también puedes encontrar una placa que tiene más de 27.000 años en las que unas mujeres practican “la tijera”. De la misma manera, si nos remontamos unos 4.500 años atrás a la dinastía V del antiguo Egipto, podríamos encontrarnos con la tumba de Niankhkhnum y Khnumhotep desde donde se lee “Unidos en la vida y en la muerte” y el azulejo que los representa los muestra abrazados y mostrándose afecto entre sí; ésta última considerada la primera representación gráfica de una relación homosexual en la historia.

¿Qué cambió entonces?
La homofobia, como fenómeno social, es multifactorial. Sin embargo, como sigue el principio de las conductas aprendidas su más grande influencia proviene de la interacción social, pero sobretodo de la institucionalización y sistematización de su poder sobre la sociedad. Tal como la conocemos hoy día no hay homofobia si a la vez no hay una estructura de poder que la legitime y le dé fuerza de ley para que viva con justicia aparente dentro de nuestras escuelas, oficinas públicas y palacios legislativos.

He aquí la capacidad extendida y avanzada que tuvo la homofobia como sistema durante la colonia. Pueblos y sociedades donde la homosexualidad era desde tolerada, hasta celebrada, fueron convertidos en términos de menos de un siglo en los que son ahora los peores ejemplos de criminalización de las relaciones entre personas del mismo sexo y expresión de las identidades de género disidentes. El resultado son al menos 76 países que hoy criminalizan las relaciones entre personas del mismo sexo, según un reporte del 2017 de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex.

Sería ingenuo no entender el papel del cristianismo y, en general, el papel de la Iglesia en el uso de la colonia para expandir su poder y capacidad política. Mientras se borraban los rastros religiosos de nuestros pueblos originarios que eran sometidos y alienados a la fuerza, también había una sub-agenda: asegurar el dominio y privilegio del heteropatriarcado cristiano. Una sub-agenda mucho más política que religiosa.

“¡Cómo sufro por ti, Jonatán, hermano mío! ¡Ay, cómo te quería! Tu amor era para mí más maravilloso que el amor de las mujeres”.
2 Samuel 1, 26.

La homosexualidad antes de la colonia
Una punzante afirmación que se repite entre los conservadores africanos y, de hecho, en algunos venezolanos que he tenido la oportunidad de escuchar es que la homosexualidad es, de alguna manera, nativa de euro-occidente, como si de una tendencia culinaria se tratara; que además, y por tal razón, se justifica la falta de reconocimiento y protección a las personas LGBT+ en nuestras cercanías y que el rechazo se debe a que han querido importarnos su cultura y visión, cuando la realidad es que la única importación que nos han hecho en esta área no fue la homosexualidad, sino la homofobia.

La realidad es que fue la versión de una ley británica, la Section 377 usada en la metrópoli para castigar las relaciones entre hombres, la que los colonizadores introdujeron en la Ley Penal de la India alrededor de los 1860 y que permitió la extensión de la misma metodología en todos los sistemas de la colonia británica, incluyendo, por supuesto, el continente africano. Los legisladores coloniales, sin oposición alguna, lograron aprobar y aplicar estas leyes bajo una profunda creencia de que podían inculcar la moralidad europea en los territorios ocupados debido a que, según ellos, las colonias “no castigaban lo suficiente el sexo perverso”. Así fue como la biblia se convirtió en el nuevo credo y constitución de la moralidad africana, alienando la sexualidad y relaciones de género en África y convirtiéndola en una posición misionaria basada en la supervivencia de heteronorma.

Venezuela y la homofobia
De la Venezuela pre-colombina pocos registros se tienen de la homofobia y homosexualidad. Sin embargo, se han hecho crónicas de pueblos indígenas waraos venezolanos que reconocen a miembros trans, especialmente mujeres trans, denominadas como “tida wena” que asumen roles completamente femeninos en sus tribus y pueden, incluso, llegar a ser terceras esposas de los varones polígamos. Pero son especialmente celebradas como shamanes debido a que son consideradas como personas con doble-espíritu lo que las hace más cercanas a sus espíritus ancestrales.

Aunque ya pasada nuestra etapa colonial, vinimos a heredar de la dictadura franquista en España un artículo en la Ley de Vagos y Maleantes (derogada por la antigua Corte Suprema de Justicia en el ’97) que se utilizaba para perseguir y acosar a personas LGBT+ en situación de calle y vulnerables a la prostitución. Pero incluso más grave aún, y para nuestra vergüenza, Venezuela aún mantiene la homosexualidad criminalizada en la Ley Orgánica de Justicia Militar la cual castiga los “actos contra natura” entre militares.

Es justo decir que la colonia, como todo sistema que se basa en la dominación en pro de una figura privilegiada y en detrimento de los vulnerables y minorías, generó uno de los más grandes precedentes en la sistematización de la homofobia y que coadyuva en la actualidad al profundo arraigo en los cimientos del Estado de una estructura que por acción y omisión desprotege y no reconoce a sus ciudadanos LGBT+ como iguales. Muchas veces la colonia se trata más de sistemas, y no de épocas o metrópolis.

Imagen: Al encuentro de quien busca