Para empezar, a mí me importa.

Como mujer me importa; porque he experimentado las barreras invisibles que las mujeres afrontan al momento de incorporarse en la sociedad, ya sea en el mercado laboral o el ámbito público; los “cogollos masculinos” como estructura fundamental sobre la que es cimentada el proceso de toma de decisiones, y las miles de trabas diarias que refuerzan un sistema diseñado para la desigualdad y cosificación de las mujeres. He visto de primera mano, cómo nuestro sistema de organización social excluye a quienes realizamos dos tercios de todos los trabajos realizados en el mundo, y sin embargo solo percibimos el 10% de los ingresos totales y somos dueñas del 1% de las propiedades. El mismo sistema que golpea el mérito y aboga por la dedocracia, por el refuerzo de las estructuras verticales, carentes de transparencia y características de los sistemas sumergidos en el atraso, la desigualdad y el empobrecimiento.

Como venezolana me importa; porque entiendo que alrededor de la mitad de la composición familiar en nuestro país está encabezada por madres solteras. Entiendo, que esta cifra aumenta a medida que nos adentramos en los estratos más golpeados por la grave situación económica, y comprendo que no puede haber políticas efectivas de superación de la pobreza que no tengan en cuenta que la mayoría de éstas personas, éstas que son clave en el proceso de salir de una situación de vulnerabilidad social para pasar a ser actores competitivos en la economía nacional, son mujeres.

Me importa como ciudadana; porque si la sociedad misma no lograr erradicar de su seno los antivalores de la segregación, la discriminación y la desigualdad social; de nada servirá entonces recibir valores en nuestros hogares o incluso inculcarlos a los hijos e hijas, quienes eventualmente, mientras crezcan en una sociedad corrompida, carente de valores y llena de desigualdades e injusticias, terminarán siendo reflejo de los mismos males que durante siglos hemos querido erradicar, como si no hubiéramos entendido que la prosperidad de la sociedad misma está ligada a la superación y desestimo de estas barreras que durante siglos hemos construidos para segregarnos unos a otros; y que ha sido es a través de la cooperación, el reconocimiento y el entendimiento entre seres humanos, lo que nos ha permitido avanzar en la consecución de metas comunes, hasta alcanzar el tope de la cadena alimenticia.

Como hija, hermana, tía y sobrina, me importa también; porque creo que la familia debe replicar valores de igualdad y justicia; que cada vez que le inculcamos a nuestras niñas que serán aceptadas en la medida que puedan proveerse un esposo, estamos condenando a nuestros niños a que mañana tengan que proveer todo a una mujer incapaz de valerse por sí misma, que puede potencialmente convertirse en una carga para el hijo y toda la familia, porque fue criada para cumplir exactamente ese fin, que probablemente en este mismo momento, tú mismo(a) estás replicando en la crianza de tu hija. Condenándola a ella también, a que mañana sea una criatura insegura y volátil, que se convierta en el objeto del enojo de algún desafortunado gendarme y su familia; o peor que eso, pase a protagonizar una martirizada historia, víctima sempiterna a causa del espécimen masculino de turno, protagonista de sus quebrantos. ¿Es esa la hija que quieres criar?

Asumo que, como miembro de una familia que promueva la justicia, el reconocimiento, el entendimiento y la meritocracia; es menester convertirme en instrumento de empoderamiento para todas esas asombrosas mujeres a mi alrededor, y sembrar siempre en ellas la semilla de la superación, de la creencia en el valor propio, y el cultivo de las aptitudes y capacidades. Que así, como debo aupar a las mujeres a mi alrededor, debo pensar también en el nuevo modelo de masculinidad que quiero ver en mi familia, donde el hombre, deje de ser un ente supra dotado, plenipotenciario, todopoderoso, y pase a ser eso: un hombre; con un rol que cumplir dentro de la estructura familiar, tan importante con el de la mujer, pero refundado en la empatía, el respeto y el trabajo mancomunado a través de objetivos compartidos.

Considero pues, que cualquier persona, de cualquier credo, raza o nación, que crea en los valores de la solidaridad, la justicia, el entendimiento y la cooperación; creerá pues en la igualdad de género como un principio fundamental para alcanzar esa sociedad de valores que aspiramos. Creo de igual manera, que mientras más de la mitad de la población siga teniendo trabas para acceder a la educación, para empoderarse a sí misma y para superar las condiciones de vulnerabilidad de su entorno, difícilmente podremos avanzar en la consecución de una sociedad estable y desarrollada; y que:

“La igualdad de género es más que un objetivo en sí mismo. Es una condición previa para afrontar el reto de reducir la pobreza, promover el desarrollo sostenible y la construcción de buen gobierno”
Kofi Anan – Ex secretario general de la ONU

Así que, como ves, a mí me importan mucho más que un carajo la igualdad de género. La pregunta ahora es, si acaso alguna de estas líneas ha servido a algún propósito, ¿A ti te importa?

Imagen: aldia.microjuris.com